La política española ya no es un debate de ideas... es un programa de Salsa Rosa! 📺💃
Hubo un tiempo en el que la Cámara Baja se conocía como el "Hemiciclo de las Carrileras", por el profundo debate intelectual entre dos gigantes: Antonio Maura y Pablo Iglesias. Hoy, ese mismo espacio parece más el plató de Sálvame Deluxe que un ágora sagrada. La política española ha completado su mutación hacia un género de entretenimiento barato, un programa de salsa rosa donde lo que importa no son las leyes, sino los insultos, los escándalos y el clickbait.
Ya no se debaten ideas; se lanzan zascas. Los turnos de palabra no son para interpelar, sino para viralizar un clip de treinta segundos cargado de desprecio o sarcasmo. El objetivo no es convencer al contrario ni construir mayorías sociales, sino alimentar a la propia base con dosis de adrenalina y tribalismo. El presidente del Gobierno no es solo el líder ejecutivo, es el protagonista de un thriller diario de declaraciones y réplicas. Los portavoces no son figuras institucionales, sino personajes de un culebrón cuyas rencillas personales y frases preparadas acaparan más portadas que los proyectos de ley.
De la solemnidad al espectáculo: la degradación del ritual democrático
El ritual democrático, antaño solemne, ha sido devorado por las reglas del espectáculo. Las redes sociales actúan como caja de resonancia, premiando la exageración y castigando la mesura. Un diputado haciendo una pregunta técnica y sosegada es invisible; uno que corea un eslogan o interrumpe con vehemencia es tendencia. La prensa, muchas veces cómplice, empaqueta estos enfrentamientos como si fueran episodios de una serie, con titulares que podrían aplicarse a una pelea de tronos: "X fulmina a Y", "La venganza de Z".
Esta teatralización constante tiene un coste profundo: la desconexión. El ciudadano medio, agotado por el ruido, deja de distinguir lo importante de lo anecdótico. Se pierde la confianza en que aquel recinto sea un lugar donde se vele por su calidad de vida, por su sanidad, su educación o su pensión. Se percibe como un circo lejano, donde una clase política ensimismada representa un papel para un público que ya no sabe si reír o llorar.
El grito desesperado: cuando la democracia huele a vacío
Y en este escenario de degradación, surge la paradoja más aterradora: un sector de la juventud, hastiada y criada en este ecosistema de bronca y aparente inutilidad, empieza a ver con buenos ojos la llegada de una "mano firme". Son jóvenes que no han vivido la represión, las cunetas o el miedo de una dictadura. Para ellos, el franquismo es un capítulo en un libro de texto, abstracto y lejano. Lo que sí viven y padecen es el presente: un ruido insoportable, una polarización que envenena las relaciones personales y una sensación de que "aquí no manda nadie" o, peor aún, de que mandan solo para su propio beneficio.
Su tentación autoritaria no nace de la nostalgia de un régimen que no conocieron, sino de la desesperación ante una democracia que no logra transmitirles orden, propósito o eficacia. Cuando la política se vacía de contenido y se llena de espectáculo, el vacío que deja es tan grande que algunos, en su frustración, son capaces de pedir cualquier cosa con tal de que el caso acabe. Es un grito equivocado, peligrosísimo, pero comprensible como síntoma de una enfermedad mayor.
Conclusión: ¿Podemos cambiar de canal?
La política como salsa rosa es un fraude. Nos vende conflicto en lugar de soluciones, entretenimiento en lugar de gestión. Ha convertido el templo de la soberanía popular en un plató de televisión, y el precio que estamos pagando es la erosión de los cimientos de nuestra convivencia.
Revertir esta dinámica exige un ejercicio de responsabilidad colectiva: de los políticos, para recuperar la dignidad del debate; de los medios, para informar en lugar de enredar; y de la ciudadanía, para premiar con su atención y su voto a quienes construyen y no a quienes solo destruyen. Porque el peligro no es que la política sea aburrida, sino que se haya vuelto tan tóxica y vacua que haga añorar, incluso a los más jóvenes, las cadenas del silencio. El reto es demostrar, con hechos, que la democracia, incluso en su imperfección, es mil veces mejor que el espectáculo triste de su parodia.
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